Como ingeniero en informática, soy un apasionado del software como herramienta para solucionar los problemas de la humanidad. Pero también me encanta la vertiente lúdica del software, vertiente resumida generalmente mediante el concepto "videojuego".
Recuerdo, en mi infancia, las apariciones y desapariciones de centros en los que los usuarios podían jugar a videojuegos a cambio de dinero, lo que normalmente se conocía como "salones recreativos". Y digo que aparecían y desaparecían, porque es lo que hacían, al menos en mi ciudad, Granada. Todos los salones recreativos que abrían sus puertas, acababan cerrándolas con un margen de tiempo variante, en función de la zona de la ciudad. Seguramente, serían los mejores sitios del mundo, pero allá por mediados de los 90, las consolas domésticas ya se estaban consolidando en los hogares españoles, así que eran ya pocos los niños que querían echar sus 5 duros en máquinas de juegos arcades, que además, cada vez se renovaban menos.
Y es que, si bien aún hoy, los juegos arcade son una gran negocio en Japón, en occidente prácticamente están extintos. Yo, en Granada, no conozco ningún salón recreativo que quede abierto (quizás algún centro comercial con House of the Dead, Time Crisis, o la típica máquina de coches, pero no ya con juegos de esos de aporrear botones). ¡Los echo de menos!
Por eso, me alegró pasar hace poco por Salamanca, y ver que permanecía abierto ese salón recreativo que está junto al Parque de la Alamedilla. Fui a esa ciudad de piedra después de tres años de ausencia, temiendo que el cierre inexorable se había dado, pero ahí estaba aún. Eso sí, con exactamente las mismas máquinas que tenía 3 años antes. Pero eso tampoco me incomodó mucho, porque pude volver a jugar al Tetris, o al Puzzle Bubble una vez más. También estaba ese pinball de El Señor de los Anillos que tanto me gusta.
Dejo unas fotos aquí. El coche Fantástico para niños también me encandiló, pero no está en ese salón, cuyo nombre no recuerdo, sino en la estación de autobuses de Salamanca. También pensaba yo que ese tipo de artefactos había desaparecido, pero resulta que, al trabajar en ciudades pequeñas como Igualada o Motril, me he dado cuenta de que aún son utilizadas,
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